¿Ha afectado reamente la pandemia COVID a nuestra salud mental? ¿De qué manera? ¿Cuenta el Sistema Nacional de Salud con los recursos suficientes para atender la demanda actual?
Mucho se habla estos días de salud mental y de los efectos que la pandemia está teniendo en las personas: ansiedad, estrés, depresión, insomnio.. son términos que resuenan constantemente en los medios de comunicación, dispensados a discreción a los propios contagiados, los sanitarios, los mayores, los autónomos, los empresarios o a la población general según la crisis evoluciona y distintos sectores se ven afectados en mayor o menor medida. Pero, ¿es realmente el COVID-19 el causante de todo? ¿tanto ha crecido la incidencia de trastornos psicológicos y, por lo tanto, la demanda de profesionales de salud mental? ¿Cuál es realmente el problema? Hoy hablamos de la situación en 3 puntos clave.
Estresores, situaciones traumáticas y otros perejiles
Pongamos en primer lugar el cascabel al gato e intentemos comprender el por qué de todo esto, ¿qué supone esta situación excepcional para la población? ¿por qué está generando tanto malestar? La pandemia ha traído muchos cambios (la mayoría de ellos indeseados) a la vida de los ciudadanos: fallecimientos de personas queridas, cambios de rutina, aislamiento social, pérdida de trabajo o reducción de ingresos, incertidumbre… todo ello unido al miedo al contagio por un virus desconocido con inciertas consecuencias para uno mismo y los que nos rodean. Hablamos por tanto de estresores, de situaciones excepcionales (o interpretadas como tales) que no somos capaces de integrar en nuestra vida y que exigen de un manejo más complejo y dificultoso que los eventos cotidianos habituales. Hasta la fecha ha sido en estos estresores en los que se ha puesto todo el foco a la hora de explicar esta “explosión” de desajustes psicológicos, o dicho en pocas palabras, nos encontramos peor porque la situación lo justifica… y aquí amigos míos, no puedo estar de acuerdo (al menos no totalmente). Sabemos a día de hoy por el estudio de los trastornos de adaptación o los relacionados con el trauma que no existen sucesos, o como denominábamos antes estresores, suficientes por si mismos para provocar un “tambaleo” en la estructura mental de las personas; y que conste que en esta afirmación incluimos casos extremos como los veteranos de guerra, víctimas de violencia física o sexual y demás barbaries. ¿Por qué?, porque no todos afrontamos igual una misma situación, ni le damos el mismo significado, ni puede hablarse de unas consecuencias generalizadas de un mismo suceso para todo el mundo, lo que nos lleva a nuestro segundo punto..
Lo real y lo subjetivo
Aunque son términos con un profundo calado y de los que podríamos hablar largo y tendido durante muchas páginas vamos a quedarnos con lo esencial ciñéndonos a lo que nos atañe. ¿Qué sería lo real? Aquello que nos impacta, que nos desborda, que nos cuesta comprender o asimilar, que no precisa interpretación o un significado personal para causar un efecto, escapa de lo simbólico. Esta pandemia tiene un componente innegablemente real: existe un virus, que puede matar y que está teniendo un notable impacto en nuestra estructura social y económica pero, ¿es esto suficiente para que aparezcan los consabidos síntomas psicológicos? Vaya por delante que no considero saludable demonizar toda manifestación psicológica: si perdemos a un ser querido por la pandemia es normal que atravesemos un duelo, máxime en las circunstancias de aislamiento por la que pasan estos pacientes; si tenemos una familia que mantener y la prestación por ERTE no nos llega, nos sentiremos ansiosos, dormiremos peor, llegando incluso a desarrollar un cuadro depresivo, existen profesionales sanitarios trabajando en condiciones terribles con niveles muy altos de estrés y un largo etcétera. Son reacciones que podríamos catalogar como normales, incluso adaptativas de un aparato mental que intenta superar o adaptarse a una situación inesperada y difícil. ¿Significa esto que no precisen de ayuda psicológica? En absoluto, una ayuda externa en situaciones de dificultad es siempre de agradecer, pero no reside aquí el que, a mi juicio, es el punto clave a reflexionar.
Lo cierto es que muchas de las consultas que nos hemos encontrado durante este periodo no provenían de personas particularmente afectadas por la pandemia, o al menos no de forma evidente, sino de personas que encontrándose en una situación objetiva más o menos favorable han sido incapaces de afrontar esta nueva realidad o se han visto desbordadas por ella, ¿por qué? Porque el problema ya existía mucho antes de que supiésemos de la existencia del Virus. Hablamos de individuos con estructuras psicológicas frágiles, con dificultades previas o con problemas no tratados que salvaban su día a día como buenamente podían, aliviando su malestar con remedios caseros, o no tan caseros, deambulando en la cuerda floja esquivando la idea de consultar a un profesional de la salud mental (por propias resistencias, por la falta/precariedad de servicios de carácter público, por falta de recursos..). La física elemental ayuda a entender lo ocurrido, demostrando que para comprobar la solidez de algo sólo tenemos que someterlo a un poco de estrés, los “stress test” que llaman ahora y que tanta aplicación tienen tanto en las personas como en la aeronáutica. Y ha sido ahora cuando muchos de los que venían echando el día con lo puesto no han aguantado, apareciendo una variopinta colección de síntomas ya mencionados catalogados sin reparo como “provocados por el COVID”, y es que siempre es más fácil buscar culpables fuera de casa..
Muy sorprendente ha sido, al menos en mi experiencia personal, la cantidad de infantes y adolescentes que he atendido en este tiempo acusando malestares fóbicos, obsesivos o ansiosos… que han aparecido “de la nada” coincidiendo con esta situación. Evidentemente son sólo necesarias unas pocas horas de trabajo para darse cuenta que el omnipresente virus no ha sido sino el detonante o, como suele decirse, la gota que colma el vaso, pero que en realidad no ha hecho sino adelantar una consulta a psicología que era presumiblemente inevitable tarde o temprano. Y dicho esto… ¿en qué situación quedan los servicios de salud mental? ¿Es o no necesario incrementar su capacidad asistencial?
Es necesario, pero desde hace mucho tiempo
Es algo en lo que he hecho hincapié en múltiples ocasiones, pero en lo que hay que seguir insistiendo: cuando se trata de salud mental, aguantamos demasiado antes de consultar, esperamos a sentirnos totalmente desbordados, al punto en el que apenas y podemos seguir adelante. Damos más importancia a que deje de doler en el momento (bienaventurados los psicofármacos) que a preguntarnos por qué duele o a si nos podría volver a doler más adelante. Esta conducta lamentablemente extendida tiene su reflejo en los servicios sanitarios públicos, orientados casi en exclusiva a los casos más graves y de manera residual a aquellos que, aunque sea de forma precaria, pueden seguir haciendo girar la rueda sin causar baja. Ahora vemos algunas de las consecuencias de esta forma de entender la psicología, cuando la situación aprieta se hace visible lo que antes no queríamos ver, y la capacidad asistencial se ve desbordada de casos que ni se esperaban ni está preparada para atender. Confío en que lo ocurrido dé un empujón más a la “cultura psicológica” en nuestro país y que sigamos tomando conciencia de la importancia de cuidar de nuestra salud mental; de contar con una estructura psicológica sólida y consciente de sí misma que nos permita afrontar dificultades venideras no sólo por bienestar, sino como un ejercicio de responsabilidad y coherencia para el mañana.
Gregorio Serrano
Psicólogo Especialista en Psicoterapia Psicoanalítica
Psicólogo en Sevilla
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